Swift

El Elevador 14



Fotografía tomada de Google




El elevador  14,  recuerdo como ese jodido ascensor fue mi obsesión por un buen tiempo. Eso lo descubrí días después de dejar mi empleo como cajero en una insípida tienda distribuidora de ropa sueca, donde sentía que cada poro de mi piel moría con el pasar de un segundo tras otro, para luego comenzar en el famoso Hotel Sommeil a trabajar.  Que divinidad era entrar en aquel lujoso hotel, con su impresionante fachada de mármol , candelabros llameantes de despampanante oro con diseños marroquíes ,  elegantes y ornamentadas pinturas de antiguas familias nobles del siglo XVIII ilustraban  los pasillos de aquella divina estancia.

Debía buscar a Joham, el jefe de recursos humanos  y amigo de un amigo , quién fue el que me recomendó  ante él. Luego de dar un par de vueltas por el hotel ,distraídamente, di con el paradero de Joham. Vestía un exquisito smoking negro con un lazo rojo adornando su cuello. Y ahí estaba, con su   morena e inexpresiva cara alargada y gestos delicados.

-       Hola…. He llegado algo tard...- dije  tímidamente ante su mirada examinadora y en eso me interrumpió.

-       Tu ropa está en el camerino,  trabajaras como ascensorista dentro del elevador 7. Bienvenido – su cara no expresaba emoción alguna y sus ojos petrificados e inmóviles en ningún momento saltaron de su computador a mi.

 No tenía ni la más remota idea de a donde ir o que hacer. Por suerte , en mi fracasado recorrido de encontrar el camerino, conocí a  Frank, el ascensorista del  elevador 1. Ese día el me indicó todo lo que debía hacer y como debía tratar a los huéspedes, me dijo  que palabras debía  usar y  lo erguido que tenía que estar al laborar dentro del elevador. Era del pueblo donde yo había crecido  y por la misma razón hicimos buena amistad rápidamente.

La primera semana fue aburrida, tenía la desdicha de bajar y subir gente en el ascensor durante horas sin que pasara absolutamente nada emocionante , más allá de que a un huésped se le escapara un terrible pedo en el ascensor. En los ratos libres charlaba con Frank y con el excéntrico William, el ascensorista del elevador 14.  Y así transcurrió un mes en el Hotel Sommeil. Hasta que en una mañana William no se reunió con nosotros en el comedor , como era de costumbre.

 Había desaparecido.

Yo había escuchado todo tipo de cuentos absurdos  en el tiempo que llevaba en el hotel:  relatos del cocinero caníbal, la camarera fantasma o hasta del vampiro milenario, Joham. Sin embargo , el  relato que escuché ese día fue el mas alocado. Llegó Margareth, una camarera amiga de Frank, y nos habló sobre el misterio del elevador 14 - ¡ Está maldito, lo juro que lo ha estado durante 50 años!- Repetía  constantemente , luego de  confesar en tono de secreto , que el elevador 14 llevaba a los empleados rebeldes a una cámara de castigo donde eran devorados por el vampiro.

Frank palideció  al decir que  le habían asignado trabajar en ese elevador a partir de ahora. Esa tarde todos volvimos al puesto de trabajo y antes de retirarme a mi hogar oí una  discusión en la oficina de Joham; una de las voces era la de Frank, quien hablaba muy alterado. Decidí irme a casa luego de esperarlo una larga hora en el camerino.

     La mañana siguiente estuvo tan  rutinaria como cualquier otro día, huéspedes subiendo y bajando en el elevador con sus malas costumbres.  Estaba ansioso , quería que Frank me contara en el comedor que había sucedido en la discusión con Joham, pero Frank esa mañana nunca llegó.  De hecho nunca más se supo de Frank.

        Pasaron los días y el ascensor seguía allí, funcionando pero en la soledad del silencio. Cuentos iban y venían de lo que había sucedido con Frank, hasta que me cansé de escuchar historias. Para ese entonces había transcurrido un mes desde lo de Frank   una buena mañana ,valientemente, con la frente sudando y con  los cojones puestos como nunca, abordé el elevador número 14.

    Hice un viaje  yo solo hasta el piso 69 del hotel, donde se contaba que merodeaba la camarera fantasma y por eso nadie se hospedaba en ese nivel, pero al llegar allá solo encontré a la chica de aseo ,trampeando el suelo, al abrirse las puertas del elevador. Oprimí el botón para bajar al lobby nuevamente, le rogué a todas las virgencitas en las que nunca había creído que me protegiesen, pero de tanto orar y orar habían transcurrido dos horas en elevador y nada  extraordinario había sucedido. Ni bajando. Ni subiendo.

       Cuando ya había abandonado la idea de que el ascensor estaba embrujado y me dignaba a bajarme de el, alguien lo hizo subir hasta el piso 23.  Mientras las puertas del elevador se abrían, un cálido sol, apaciguándose en un atardecer, fue lo primero que vi. Mi mente esperaba encontrarse el oscuro y elegante pasillo del hotel con sus luces bajas pero lo que mis ojos veían era una hermosa arbolada con un gigantesco castillo plateado al pie de abrumadoras montañas que abrazaban la tarde.

     Yo estaba estupefacto, no lo podía creer. Caminé por inercia y salí del ascensor tocando tierra entre los pastizales. La brisa y el calor del sol en mi piel confirmaban lo que veía.  Giré mi vista hacia atrás y allí estaba el elevador 14, esperando por mí , de manera burlona.

No me di cuenta como fue que había caminado tanto como para llegar a las puertas del castillo pero allí estaba. Aun recuerdo como un mayordomo, vestido de una elegante camisola negra , alto, erguido y con un acento extrañamente francés, me recibió – Paguese egtar pegdido- fue lo que me dijo al examinarme de arriba abajo.

    Luego de eso , me guió hasta una amplia sala alumbrada por leños ardientes en una chimenea; pinturas gigantescas de familias y reyes antiquísimos colgados en paredes rudimentarias apuntaban su mirada hacia mi, al igual que la gente que cenaba en una extensa mesa  de madera. Las damas vestían trajes de seda y corpiño con escotes muy reveladores y ridículamente elegantes; los  caballeros, y en especial el del centro de la mesa, usaba un extravagante traje de tafetán de seda con bordado en dorado al igual los hijos ,vestidos tan elegantes como el padre , lustrando trajes esmeraldas.  Parecía ser una familia, y el padre me invitó a unirme al festín . Estaban a la expectativa hasta que una chica absolutamente atractiva preguntó pícaramente - ¿ De que fagmilia os vigsita noble chico? Y más adelante la que parecía ser la esposa agregó –  Vuestra ropa es graciosamente hogorrosa – con un acento francés muy despectivo.

    Yo no entendía lo que sucedía y mucho menos ellos. Me presenté educadamente y  se reían a carcajadas repitiendo lo gracioso que era. Nunca me explicaré como fue que rompí el hielo en aquella ocasión, pero fue de lo más mágico. Ellos creían que yo era hijo de los Tocqueville ,  la familia aliada que se preparaba junto a ellos para la guerra.  Loius, el  Rey , me palmeó por la espalda riendo a carcajadas mientras derramaba vino de su copa,  y es que él y su familia no podían estar más contentos luego de haber ganado una batalla contra unos bárbaros en una aldea cercana.  Todos me agradaban enormemente, pero en especial no podía quitarle la mirada a Gabrielle, la hija menor de la familia. Sus rizados cabellos dorados se mezclaban con la miel que desbordaba sus ojos color sol; sus labios carnosamente rosados hacían contraste con su piel blanca como porcelana y las curvas de su cuerpo eran las mas perfectas que habrá tenido toda la existencia, su escote rojo con decorados dorados dejaba pista de su divinidad.

    Entre copas, risas, planes de guerra y cuentos  olvidé de donde venía, olvidé al elevador e inclusive  olvidé rápidamente a Frank.  Necesitaba tomar aire , y  sin pensarlo me dirigí al imponente balcón del palacio, había una vista que ofrecía un espectáculo de estrellas adornando la noche, una plaza adoquinada entre el territorio del castillo y  estaban unas montañas nevadas al fondo, y por supuesto donde estaba Gabrielle , observando el paisaje como una diosa postrada en sus aposentos.

  Esa noche conocí lo que era perderse en la locura de la pasión. Hablamos sobre nuestras vidas, bebimos vino como jamás lo hará ningún mortal, ella se dignó a darme un paseo a caballo con la noche acompañándonos como testigo , y recorrimos el enorme jardín donde nos tiramos en el fresco pasto a mirar las estrellas , y  las estrellas  nos observaban como la hice mía. Amé su piel, su olor, su voz y hasta sus silencios. Ame todo lo que ella era en esencia y lo que no era. Y ahí estuvimos derramándonos mutuamente. El sueño al final se apoderó de nuestros cuerpos y esa noche dormí entre sus brazos, en un palacio dentro de un palacio al que ella llamaba en un elegante francés , habitación.

   Quiero pensar que durante la borrachera estúpidamente me fui de  esa habitación, que era mi paraíso ,y abordé  el elevador 14 amaneciendo en mi cuarto. No era un palacio, sino una estrecha  y húmeda alcoba compartida donde vivo alquilado junto a un apestoso hippie ,vendedor de lo que me gusta llamar por preferencia, Cannabis.

   Corrí asustado al Hotel Sommeil , ansioso de montarme en mi transporte que me llevaría hasta los brazos de Gabrielle , en ese perfecto castillo. Ni siquiera me presenté ante Joham y su cara vampiresa . Emocionado, esperé a que se abrieran las puertas del elevador 14, y en pleno acto lo primero que vi fue la cara de Frank, obviamente recién levantado. - ¿ Donde has estado? Pensé que habías muerto hombre –. Le dije como si hubiese visto a un espanto, como si hubiese visto a la fantasma del piso 69.  Frank amablemente me contó que había solicitado sus vacaciones a Joham, quien no quiso dárselas al principio, pero luego aceptó con la condición de que no le contara a nadie que en el Hotel Sommeil a los empleados se les daba días libres.

   Me sentí muy feliz de volver a ver a mi amigo y luego de  pasada la emoción , me adentré en el ascensor y le pedí nerviosamente que me llevara hasta el nivel 23. – Sabes perfectamente que no podemos desayunar el omelette en el restaurante francés, es solo para huéspedes -.  Pensé por un segundo que se burlaba de mi - ¿ Pero que dices Frank? El ascensor nos llevará al castillo de Gabrielle- .Pícaramente mi amigo rió de mi comentario y las puertas se abrieron ante el  23, y allí estaba todo al esplendor de la mañana. No un castillo a las faldas de una montaña, sino el comedor francés del hotel ubicado en una exquisita terraza hacia un enorme balcón con una moderna piscina.


   Había resultado que Frank  estuvo de vacaciones y William había sido despedido por tocarle las nalgas vulgarmente a un huésped. Intenté muchas veces volver al castillo pero nunca pude. Nunca más volví a ver a Gabrielle. Nunca más volví a besar sus carnosos labios franceses. Y esa era el misterio del elevador 14, obsesionarme con ese cielo estrellado que bañaba el castillo donde vivía mi amor Gabrielle,en el piso 23.




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